Esta medida se enmarca dentro de una ofensiva más amplia del expresidente, que también contempla un impuesto del 50% a productos europeos y restricciones a otras grandes tecnológicas estadounidenses. Sin embargo, la propuesta de Trump tropieza con una realidad económica compleja.
La fabricación de un iPhone es una tarea altamente especializada, que implica ensamblar miles de piezas con precisión milimétrica en turnos de trabajo intensivos. Actualmente, fabricar un iPhone en China cuesta alrededor de 450 dólares por unidad. Llevar esa producción a Estados Unidos dispararía el costo hasta los 1.400 o incluso 1.600 dólares. Y si Apple decidiera replicar toda su cadena de suministro dentro del país, el precio de venta final podría superar los 2.000 dólares, una cifra difícil de justificar ante los consumidores.
Mientras tanto, Apple ha trazado su propia hoja de ruta. Tim Cook anunció que “la mayoría” de los iPhone vendidos en Estados Unidos en 2025 serán ensamblados en India, donde los costes solo aumentan entre un 10% y un 15% respecto a China. Una diferencia que Apple puede asumir o trasladar parcialmente al consumidor sin alterar demasiado su competitividad. Para Apple, esta decisión no es una reacción improvisada, sino el resultado de una planificación de años.
En los últimos años, Apple ha redoblado su apuesta por la India como nuevo polo de producción. Empresas clave en su cadena, como Foxconn y Tata Electronics, han invertido miles de millones en infraestructuras en el sur del país. En 2024, un 18% de los iPhone ya se ensamblaban en India, y se espera que esa cifra alcance el 32% en 2025.
India no es China, pero ofrece algo que Estados Unidos no puede igualar hoy: una combinación de mano de obra joven, capacitada y asequible, junto con un gobierno dispuesto a ofrecer incentivos masivos a la inversión extranjera. Pese a todo, Apple no ha abandonado completamente Estados Unidos. La compañía ha prometido invertir 500.000 millones de dólares en el país durante los próximos cuatro años, enfocados principalmente en chips, centros de datos e inteligencia artificial. Pero esta inversión no incluye la fabricación de iPhones, algo que Trump no está dispuesto a aceptar como suficiente.
Para él, no basta con inversión tecnológica: exige producción tangible dentro de las fronteras. Ante este panorama, Apple parece decidida a ganar tiempo. Podría intentar negociar exenciones o aplazamientos, como ya hizo en 2019 frente a los aranceles impuestos a productos chinos. Sin embargo, si Trump lleva a cabo su amenaza, Apple se enfrentará a un dilema inevitable: asumir miles de millones en aranceles o trasladar ese coste al cliente. En cualquier caso, la guerra comercial parece estar entrando en una nueva fase, con el iPhone en el centro del tablero.