Durante lo largo de la vida, las personas construyen lazos de amistad que les permiten socializarse y construir relaciones sanas o tóxicas, pero esto lo determinará la forma en la que se vayan construyendo estos lazos.
Las amistades juegan un papel clave en el bienestar emocional y psicológico de las personas. Sin embargo, no todos los vínculos amistosos son positivos. Desde la psicología, se reconoce que así como existen amistades que nutren, acompañan y potencian el crecimiento personal, también hay relaciones que drenan energía, generan malestar y pueden afectar la autoestima: las llamadas amistades tóxicas.
Una amistad sana se basa en el respeto mutuo, el apoyo emocional, la sinceridad y la reciprocidad. Es un espacio seguro donde ambas partes se sienten valoradas y libres para ser auténticas. En cambio, una amistad tóxica puede manifestarse a través de actitudes como la manipulación, los celos constantes, la competencia excesiva, la invalidación emocional o el control.
La psicoterapeuta, Tere Díaz, señala que: "Ocurre que los intercambios amistosos nos dan momentos de satisfacción y placer, a veces nos confundimos, hay traiciones, cuando hay deslealtad, cuando hay más interés que cariño y apoyo y respeto. Esa relación le quita más la paz, te pone intranquilo, te estresa, dudas de invitarla. Ser amigo de esa persona te abre puertas, te ayuda a conocer gente, te ayuda a entenderte mejor, te permite acceder a información y cosas que te suman, o esa relación se pone celosa porque le hace más caso a otras cosas".
Estas dinámicas tóxicas, aunque a veces difíciles de detectar de inmediato, pueden generar efectos negativos como ansiedad, culpa, inseguridad o sensación de inferioridad. Identificarlas a tiempo permite proteger la salud mental, fortalecer los propios límites y fomentar relaciones más saludables y equilibradas.