Todo lo vivido en estos días por el presidente Zelenski en su conversación en la Casa Blanca me recordó un episodio que viví hace años en Chile.
Fui a dictar una conferencia y, antes de comenzar, el presentador, tras leer apartes de mi currículum, lanzó un comentario a manera de chiste: "¿Y trajo coca?". El público estalló en risas. Yo, en cambio, me sentí humillado. No supe cómo reaccionar de inmediato. Guardé silencio por un momento y traté de hacerles entender que aquella broma me ofendía profundamente. La sala se sumió en un silencio incómodo, y por un instante creí que el presentador se disculparía. Pero no lo hizo. Fue una experiencia humillante.
Cuento esta historia porque sé que todos, en algún momento, podemos ser víctimas de situaciones similares. Y la gran pregunta es: ¿cómo reaccionar ante la humillación sin dejarnos arrastrar por el dolor o el rencor?
Lo primero es entender que la humillación dice más del que humilla que del humillado. Nadie en paz consigo mismo necesita rebajar a otro para sentirse más grande. Por eso, cuando alguien te humille, respira y pregúntate: ¿esto realmente me define?, no le des poder a palabras o acciones que no construyen.
Lo segundo es nunca responder con la misma moneda. La vida no se trata de humillar al que humilla, sino de romper con esa cadena de agresión. La mejor respuesta es seguir adelante con dignidad, sin perder la esencia ni la alegría.
Lo tercero es responder con asertividad, con firmeza y con argumentos. No siempre se logra cambiar la actitud de quien humilla, pero sí se puede poner límites y dejar claro que la dignidad no se negocia.
La humillación duele, pero también puede ser una oportunidad para fortalecer el carácter. No es fácil, pero cada vez que decides no quedarte en la herida y sigues adelante con la frente en alto, demuestras que la grandeza no está en nunca caer, sino en saber levantarse con más fuerza, más amor propio y más humanidad.
El respeto propio es la clave. No es arrogancia ni orgullo mal entendido, sino la certeza de que tu valor no depende de la aprobación de otros. En lugar de obsesionarte con la ofensa, concéntrate en seguir creciendo, en demostrar con tu vida que nadie tiene derecho a pisotear tu dignidad.