Ayer, luego de la triste noticia de la muerte del joven Carlos David Ruiz, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado en un contenedor con agua en Corferias, donde se llevó a cabo el Baum, festival de música electrónica, escuché a dos padres de familia conversar sobre el susto que sienten siempre que sus hijos salen a una fiesta de noche. Ambos son padres responsables y muy cuidadosos, que además tienen una gran confianza y amor en la formación que le han brindado a sus hijos. Sin embargo, sienten el miedo que la incertidumbre genera por aquello que no pueden controlar.
Es allí donde los estoicos tienen razón: debemos concentrar toda nuestra atención y esfuerzo en lo que está bajo nuestro control, tratando de minimizar al máximo los riesgos, sabiendo que, de todas maneras, la vida desborda nuestras capacidades de regularla, exponiéndonos a lo incierto. Es una realidad que no nos puede paralizar ni desconectar de la vida, sino que tiene que ser una de las variables a tener en cuenta.
En términos de crianza, se trata de propiciar procesos en los que los hijos, desde el desarrollo de sus habilidades y en la apropiación de valores coherentes, sean responsables y autónomos. Capaces de cuidarse y saber responder a las situaciones que tienen que enfrentar, teniendo claro que no todo depende de ellos y de su proceder. Allí, la única posibilidad es la confianza en ellos y en la vida misma, esperando siempre lo mejor de ella.
No hay talismán que garantice que todo salga como se espera. Se está abierto a lo que pueda suceder y se espera siempre lo mejor. Es parte de la condición humana: estar abiertos a la posibilidad de sufrimiento y dolor, sabiendo que se tiene que desarrollar la capacidad de aceptación y de superación necesaria para continuar si algo doloroso llega a suceder. Ese susto de los padres es signo de responsabilidad, pero solo puede ser respondido con confianza y amor. Hay que vivir siempre desde la esperanza que da sentido al presente.